II Jornades de la nova ruralitat · Novembre 2017

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Las jornadas de Benlloch se cuecen en la postvanguardia y no me refiero a la estética, ni al tono o siquiera a la atmósfera metafórica que encierran l@s pobladores “hombres-bancal” nacidos en Amanece que no es poco. Me refiero al contenido, a las palabras, parlamentos y sensaciones transmitidos aquellos días. El encuentro ha sido o es -probablemente aún esté en progreso- un acierto, todo un pensado ejercicio pedagógico para situar a la ruralidad. Un reto llevado a cabo por el equipo UJI-Extensión para presentar una ruralidad actual, aquélla que se hace fuerte en los márgenes, la que reside en aquellos lugares inesperados. Detrás en bambalinas, nunca mejor dicho, el colectivo de Extensión-UJI con miles de horas de navegación-observante por los barrancos y rieras del interior más recóndito y con una infinita perspicacia para detectar cualquier mínimo brote de innovación social que el territorio alberga, y a ratos en escena, al más puro estilo de Tadeusz Kantor, dirige toda una performance.

Afirmar la ruralidad –lema de las jornadas- es un ejercicio de conocimiento situado. El conocimiento no es absoluto, ni prístino ni único. Así nos lo enseñó la vanguardia, bajo su paraguas descubrimos que había formas –avant garde- de pensar y de provocar conocimiento lejos del clasicismo. El conocimiento es producido. Una pregunta no es sino el propio contenedor de sus respuestas, y de la misma forma, el conocimiento está previamente encerrado y contenido por los lugares y posiciones sociales de sus productores –quienes hacen las preguntas-. La apuesta que ha realizado el colectivo Benlloch ha sido precisamente tomar reposada consciencia del “situacionismo” y ubicar el diagnóstico de la ruralidad fuera de los marcos habituales: indagando en los grupos, personas y actividades inesperados que habitan en un mundo real aunque difícil de reconoder por atípico. Como recordaba el profesor Oliva al comenzar el encuentro “cada vez más, grupos inesperados aparecen en lugares también inesperados”. Esta relativa deslocalización produce la Nova Ruralitat.

Desde el conocimiento situado, desde la posición y relato de quienes quieren ser rurales sin pretender parecerlo los asistentes comprendimos que el enfermo rural no es tal. Empresarios, gestores, productores, creadores hablaron y nos contagiaron su salud y abrieron muchas dudas en nuestra mirada. ¿No será la administración un atusado Moliere que gusta referir a los pueblos como enfermos para ejercer la autoridad disfrazado de médico? El desfile de empresas, iniciativas, ideas y experiencias ágilmente conducido por Oriana Brunori –comunicadora sin paliativos- nos llevó a comprender otras formas resilientes de verdad frente a la tecno_gobernanza_2.0 que manejan los programas operativos, los fondos pilares de PAC. Hay vidas y hasta trendings más allá de la asignación funcional-burocrática de territorios y gentes.

Una performance de inspiración retro -la vuelta al teleshow- nos acercó a la transvanguardia. Se fraguó el orgullo de ser rural, de ser así sustantivo sin adjetivos. Sin necesidad alguna de terapias para dejar de serlo, ni tampoco de tratamientos para convertirse. La transvanguardia es una (post)vanguardia que añade desconcierto en el espectador al incorporar los mitos a la propia postmodernidad. El plató en directo sin emisión -a falta de on air-, revivía la tele –mito- en un acto de transgresión comunicativa. Las instituciones se convirtieron en espectadores que a ratos, presentaban sus programas como comerciales, dentro de la trama de una serie de proyectos vitales. Ads frente a las Start.up.

Los “protas” entraron rurales aunque desconocidos en el estudio de Benlloch y salieron conociéndose. La sala-camerino de espera fraguó redes: redes de conocimiento y tejido empresarial. Sin querer fue un fugaz vivero de empresas pero también de injertos e hibridaciones. Hubo mesas de debate, tablas redondas intensas de palabras y pláticas que parecían presididas por el mismo Arturo, Un concierto de big-banda, aunque rotulada como little, despedía con los sones intrigante-nostálgicos de Amarcord a la los navegantes de la ruralidad líquida, y también en emocionada ovación a Artur que partía en busca de otros pueblos.

Benlloch muestra que la ruralidad no tiene límites, que es una realidad amplia y diversa en la que caben muchas situaciones. La ruralidad emerge por el sentido, por ese sentido que se construye desde la urdimbre de las cosas que suceden, desde los problemas que aparecen (y no sobre la mera selección de problemas sobre los que gusta actuar), y sobre las expectativas de sus habitantes. Situar la ruralidad, no es tarea fácil, las jornadas han transitado por otras fórmulas de exposición, con su pizca de irreverencia, que han permitido deconstruir, fragmentar como hace la postvanguardia, las miradas. En un giro copernicano nos hemos desubicado mientras situábamos a la ruralidad.

Luis Camarero

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